miércoles, 8 de junio de 2011

Tras la tempestad, siempre llega la calma...

El cielo soleado, azulón, vivo, se volvió opaco, grisáceo, muerto. Todo se llenó de niebla. Sopló el viento demasiado fuerte, desvió su velero cientos de millas. Lo zarandeó, lo dominó como nunca antes lo había hecho una tormenta. Llovía, tronaba, caían rayos sin cesar y las aguas cada vez se iban enfureciendo más. El cúmulo de cosas, de errores en la navegación, de la desviación en su camino, provocó una gran tempestad.

Nada fue como la niña esperaba que fuese. Tras las gran tormenta, el cielo parecía esperanzador, pero no sabia en que dirección continuar su camino, en que dirección poner las velas de su pequeño velero. Temía que el viento volviese a jugar contra su favor, que los dioses le volviesen a jugar una mala pasada y, esta vez quedase tocado el barco, con un difícil arreglo.

Se armó de valor como lo hizo al luchar contra la gran tempestad, puso “los píes sobre la tierra”, asimiló la realidad, analizó sus posibilidades y anotó los fallos cometidos anteriormente para no volver a tenerlos y verse metida de nuevo dentro de un fenómeno provocado por los dioses enfurecidos ante la imprudencia que ésta estaba teniendo en la vida.

Arregló todo lo que estaba por arreglar, preparándose para continuar la aventura de la vida, de su vida.

Guardándose en el bolsillo interior de su chaqueta la libreta con los fallos cometidos, tomó el timón, y puso el velero rumbó a un nuevo horizonte por descubrir.

Cada hora de navegación revisaba su preciado tesoro, esa libretilla, que le haría evitar nuevos o antiguos errores. Al ver que de momento no había cometido fallo alguno, se iluminaba una pequeña sonrisa en la cara de la niña. Sonrisa nueva y esperanzadora, que tras un borrón y cuenta nueva, esperaba una nueva aventura con el fin de tener millones de segundos de felicidad, pero a ser posible, acompañada de grandes navegantes.

Pronto llegarían los momentos de miedo. Momentos en los que se le cruzarían barcos, islotes, icebergs y algunas que otras pequeñas olas, que a parte de causarle pequeños mareos temía que le causase grandes desperfectos en su medio de transporte, y por qué no, en su corazón. Ante los barcos usaría su destreza con el timón, ante los islotes reduciría su velocidad y no solo los esquivaría sino que haría pequeñas paradas, ante los icebergs contemplaría su belleza pero sin dejarse engatusar y, ante esas pequeñas olas simplemente dejaría que su velero las rebasase sutilmente.

Y así iban pasando los días para la pequeña. Ante los momentos de soledad apuntaba en su diario de abordo, los miles de pensamientos que pasaban por su cabecita en los momentos de horas muertas y no tan muertas. Cada preocupación, cada ilusión por realizar algo, cada locura que deseaba cometer, pero ante todo, anotaba a aquellas personas que esperaba que tras pequeñas o grandes paradas, desconexiones o como quieran llamarlo, continuasen navegando más temprano o más tarde junto a ella. Que fuesen tripulantes del velero de su vida, aportando cada una de ellas, pequeñas, pero a la vez, inmensas dosis de sabiduría, necesarias para tan gran recorrido que quedaba por delante.

Poco a poco, con grandes y duros esfuerzos, consiguió poner su velero, viento en popa a toda vela!!

pd: "Tras la tempestad, siempre llega la calma." Borrón y cuenta nueva.

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